viernes, 29 de mayo de 2009

Tiburones...


Cabeza alta, mirada al frente y que le den a todo el mundo. Esto es lo único que se puede hacer cuando ya no te puedes fiar de nadie. Hago de mi capa un sayo, me pongo el mundo por montera y le quito el sitio a Modesto, porque cuando no sabes quien te quiere lo mejor es empezar a quererte tu. Un día de cura de sueño y de desconexión siempre viene bien, aunque lo último en la sociedad de la comunicación es bastante difícil de conseguir con un teléfono que no deja de sonar. Sigo sin ver las cosas con demasiada claridad pero al menos ya se que lo mejor es que intente verlas yo, sin la visión subjetiva de l@s amig@s, ni la opinión de terceros que no se sabe si buscan mi bien o el suyo. Me siento como un pez minúsculo rodeado de tiburones, que sólo consigue escapar gracias a su agilidad mental, pero el cansancio empieza a pasar factura. Cómo los tiburones, la gente nada en circulos a mi alrededor sin dejar muy claras sus intenciones, esperando el momento justo para atacar. He de tapar muy bien mis heridas si no quiero que más de uno acuda al olor de la sangre fresca. Cuanto más débil te muestras más despiadados escualos observan atentamente ideandoselas para averiguar como incarte el diente. Nado con agilidad escondiendome de unos y de otros, pero empiezo a confundir tiburones con astutos delfines y biceversa. Y es que cuando te educan para que de partida pienses bien de todo el mundo es agotador llevar siempre el escudo por delante.

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